Manuel Estupiñán Verona
Ingenio, Las Palmas, España.
Manuel Estupiñán Verona nació el 7 de febrero de 1976. Comparte dos pasiones profesionales. Una de ellas es la psicología y otra la producción artística, especialmente en el campo de la música.

viernes, 8 de noviembre de 2019

La copa del tiempo



Mientras miraba el lento descenso de la lágrima de alcohol en la copa, su recuerdo volaba años atrás hasta las manos de su padre. El eco de sus palabras aún resonaba en el patio de la antigua casa familiar. “Servir una copa de brandy, tomar una fotografía o hacer un café… son cosas que comparten esa extraña condición de capricho. Puedes cuidar todos los detalles, buscando la excelencia… pero a veces, cuando menos te lo esperas, es cuando consigues la mejor copa, la mejor foto o el mejor café”. Sintió que de algún modo su padre le decía que aquel brandy que tenía entre sus manos acompañaba a un momento único, especial… tiempo compartido en la vida de ambos… Apuró el último sorbo mientras fijaba sus ojos en el retrato de la pared. El recuerdo de su padre siempre le acompañaría mientras tomara un buen brandy.


Los pensamientos de Pedro


Pedro siempre tuvo en cuenta aquella frase; “no hay pacto entre la vida y la muerte”. Por supuesto que no lo había. Algo así no era posible. Acto seguido pensaba con ironía; “cuando vuelva a casa buscaré mi entierro en los periódicos de la mañana”. Mientras lo decía pensaba en el vino, en las noches de taberna añeja y en los hombres de barra perdidos en la inmensidad de un cristal opaco, tintado en el fondo por los años de servicio y horas de fregadero turbio. En realidad le gustaba recordar algunos de esos momentos en noches tardías de su juventud. Nada que ver tenían esas noches con las que pasaba ahora en la soledad de la prisión; esa soledad nefasta de la que aprendió a pensar en sí mismo como si le preocupara realmente lo que fuera a ocurrir más allá de la siguiente hora. En ese trance le gustaba recordar aquellas otras noches de años pasados; cuando su pensamiento contaminado por el alcohol y envuelto en olores viejos, podía quedarse indefinido en el tiempo. En aquellos instantes parecía que no importaba nada mientras pudiese levantar la vista y ver a otros que aunque estuvieran igual de perdidos que él, parecían no darse cuenta de ello. Algunas veces alguien mencionaba a Tomás “el tanguero”, que así le llamaban todos cuando vivía. Aquel emigrante, único de origen argentino en toda la historia de la cárcel, tenía una poderosa voz timbrada y profunda. Cantaba los tangos como nunca los habían escuchado en aquel rincón perdido. Tomás les trajo los tangos, y sobre todo, los versos que contenían. Historias de todo tipo en las que se sentían reflejados los abandonados, los filósofos, los amantes embusteros y los adoradores de religiones cotidianas, como el alcohol, el tabaco y los consejos tirados al aire, que luego se caían hechos pedazos como si fueran de ceniza de los mismos cigarros que portaban las bocas que los escupían sin destino conocido. Y así mismo, como llegó, se fue. Sentado en su rincón del patio, allí quedó yerto, apoyando un codo en la pared y dejando caer su rostro hasta dar con el suelo sombrío. Así se marchó Tomás y se llevó consigo todo lo que trajo. Del mismo modo que fue asomando desde su pecho cada nota cantada; paulatinamente se fue apagando su espíritu mientras se consumía en el dolor por la añoranza de su tierra de origen. Fue uno de tantos que pasaron por allí. A veces, Pedro podía escuchar algo la radio. Tenía aquellos pequeños auriculares. Ahora recordaba en mitad de la noche las primeras veces que pudo escuchar una radio. Pedro nunca supo si fue fortuna o desgracia el hecho de que su casa estuviera en la misma calle en la que estaba la taberna del barrio. A decir verdad, cuando llegó la primera radio al vecindario, Pedro era un niño y no lo dejaban entrar al local donde se escuchaban los partes de noticias; algunas de la guerra y de las milicias en el frente. Sin embargo, era tal el silencio que se generaba alrededor, que podía escuchar perfectamente la locución desde la acera en la puerta de su casa. Ahora recordaba ese silencio, nada comparable al sonido de las noches en prisión. En ese ambiente nocturno se mezclaban las quejas y el llanto, con el insomnio y el sentimiento de culpa. Y así pasaban las horas nocturnas de la prisión, entre lecturas y escuchas radiofónicas. Le había pasado algo curioso con el gusto por la lectura. En su juventud nunca se interesó demasiado por los libros, y mucho menos como medio de entretenimiento. Solamente en contadas ocasiones agarraba el periódico mientras tomaba su primer café de la mañana, siempre con leche y templado. Pero ahora, desde que el destino y la suerte, o tal vez sus decisiones, se ocuparon del inicio de su relación con la prisión hacía ya varios años; se fue forjando en Pedro el interés por las historias escritas. Se inició con un libro de Cortázar, “Historias de Cronopios y de Famas”; uno de textos cortos, de esos que enganchan. Ahora ya podía decir que había entrado y salido varias veces por capítulos distintos de Rayuela y casi podía hablar de París como si realmente hubiese visitado la ciudad en más de una ocasión. Definitivamente, aunque fuera difícil de creer para algunos, había cosas positivas que agradecer a la estancia en prisión. Ya poco importaba poner todo en la balanza. En apenas unos días, Pedro diría adiós definitivamente a la institución penitenciaria. Sin embargo, muchos otros quedarían ahí. De cualquier modo su situación nada tenía que ver con los presos, más allá del contacto personal que podía llegar a establecer con alguno de ellos. La realidad de Pedro era muy diferente. En pocos días se daría por cumplida su labor como funcionario de prisiones después de muchos años de servicio. No sabía exactamente a que actividad podría dedicar su tiempo siendo jubilado, pero sí tenía clara una cosa. Él había pasado por la prisión y la prisión había pasado por su vida aportándole una experiencia impagable a partir de la cual se habían forjado y reforzado muchos de los grandes valores que habían determinado su vida.

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