Manuel Estupiñán Verona
Ingenio, Las Palmas, España.
Manuel Estupiñán Verona nació el 7 de febrero de 1976. Comparte dos pasiones profesionales. Una de ellas es la psicología y otra la producción artística, especialmente en el campo de la música.

miércoles, 4 de diciembre de 2019

La feliz ignorancia


Le gustaba caminar entre la gente mirando sus zapatos y jugando a imaginar sus rostros… Instantes después, antes de perder la suficiente perspectiva, elevaba la mirada y comprobaba lo cerca o lejos que había quedado su imaginación de lo que realmente mostraba la expresión de aquellos individuos. A veces se detenía, miraba sus pies descalzos, sucios y cansados… Una bofetada de realidad le devolvía la conciencia; y poco después se entregaba nuevamente a su desdicha, ausente, más inconsciente pero algo menos infeliz… como la infancia que ignora pero sonríe mientras avanza agitada hacia un futuro cualquiera, incierto y desconocido.

Cinco de octubre


Pero la sorpresa que me esperaba al llegar a Móstoles Central me inquietó aún más… Supongo que fue la curiosidad. Aún respiraba el aroma del primer café de la mañana del 5 de octubre cuando encontré aquella nota pegada en la pared del andén en Puerta del Sur. “Busca la siguiente nota en Casa del Reloj dentro de 5 años. 5/10/2004”. Sin pensarlo demasiado entré al vagón de la Línea 12 hasta Casa del Reloj y miré ansiosamente la pared. Allí estaba: “Gracias por llegar aquí. Dentro de otros 5 años encontrarás la siguiente en Arroyo Culebro. 5/10/2009”. No me pude contener. Continué por la Línea 12 hasta donde indicaba la nota. Allí encontré la penúltima… “Si no muero antes, encontrarás la siguiente en Móstoles Central dentro de 5 años. 5/10/2014”. Los minutos se me hicieron horas hasta llegar al destino final.
            Lo tenía justo delante de mis ojos y apenas podía creerlo. “Lo siento, he muerto hoy, no puedo continuar jugando. Hasta siempre. 5/10/2019”.

viernes, 8 de noviembre de 2019

La copa del tiempo



Mientras miraba el lento descenso de la lágrima de alcohol en la copa, su recuerdo volaba años atrás hasta las manos de su padre. El eco de sus palabras aún resonaba en el patio de la antigua casa familiar. “Servir una copa de brandy, tomar una fotografía o hacer un café… son cosas que comparten esa extraña condición de capricho. Puedes cuidar todos los detalles, buscando la excelencia… pero a veces, cuando menos te lo esperas, es cuando consigues la mejor copa, la mejor foto o el mejor café”. Sintió que de algún modo su padre le decía que aquel brandy que tenía entre sus manos acompañaba a un momento único, especial… tiempo compartido en la vida de ambos… Apuró el último sorbo mientras fijaba sus ojos en el retrato de la pared. El recuerdo de su padre siempre le acompañaría mientras tomara un buen brandy.


Los pensamientos de Pedro


Pedro siempre tuvo en cuenta aquella frase; “no hay pacto entre la vida y la muerte”. Por supuesto que no lo había. Algo así no era posible. Acto seguido pensaba con ironía; “cuando vuelva a casa buscaré mi entierro en los periódicos de la mañana”. Mientras lo decía pensaba en el vino, en las noches de taberna añeja y en los hombres de barra perdidos en la inmensidad de un cristal opaco, tintado en el fondo por los años de servicio y horas de fregadero turbio. En realidad le gustaba recordar algunos de esos momentos en noches tardías de su juventud. Nada que ver tenían esas noches con las que pasaba ahora en la soledad de la prisión; esa soledad nefasta de la que aprendió a pensar en sí mismo como si le preocupara realmente lo que fuera a ocurrir más allá de la siguiente hora. En ese trance le gustaba recordar aquellas otras noches de años pasados; cuando su pensamiento contaminado por el alcohol y envuelto en olores viejos, podía quedarse indefinido en el tiempo. En aquellos instantes parecía que no importaba nada mientras pudiese levantar la vista y ver a otros que aunque estuvieran igual de perdidos que él, parecían no darse cuenta de ello. Algunas veces alguien mencionaba a Tomás “el tanguero”, que así le llamaban todos cuando vivía. Aquel emigrante, único de origen argentino en toda la historia de la cárcel, tenía una poderosa voz timbrada y profunda. Cantaba los tangos como nunca los habían escuchado en aquel rincón perdido. Tomás les trajo los tangos, y sobre todo, los versos que contenían. Historias de todo tipo en las que se sentían reflejados los abandonados, los filósofos, los amantes embusteros y los adoradores de religiones cotidianas, como el alcohol, el tabaco y los consejos tirados al aire, que luego se caían hechos pedazos como si fueran de ceniza de los mismos cigarros que portaban las bocas que los escupían sin destino conocido. Y así mismo, como llegó, se fue. Sentado en su rincón del patio, allí quedó yerto, apoyando un codo en la pared y dejando caer su rostro hasta dar con el suelo sombrío. Así se marchó Tomás y se llevó consigo todo lo que trajo. Del mismo modo que fue asomando desde su pecho cada nota cantada; paulatinamente se fue apagando su espíritu mientras se consumía en el dolor por la añoranza de su tierra de origen. Fue uno de tantos que pasaron por allí. A veces, Pedro podía escuchar algo la radio. Tenía aquellos pequeños auriculares. Ahora recordaba en mitad de la noche las primeras veces que pudo escuchar una radio. Pedro nunca supo si fue fortuna o desgracia el hecho de que su casa estuviera en la misma calle en la que estaba la taberna del barrio. A decir verdad, cuando llegó la primera radio al vecindario, Pedro era un niño y no lo dejaban entrar al local donde se escuchaban los partes de noticias; algunas de la guerra y de las milicias en el frente. Sin embargo, era tal el silencio que se generaba alrededor, que podía escuchar perfectamente la locución desde la acera en la puerta de su casa. Ahora recordaba ese silencio, nada comparable al sonido de las noches en prisión. En ese ambiente nocturno se mezclaban las quejas y el llanto, con el insomnio y el sentimiento de culpa. Y así pasaban las horas nocturnas de la prisión, entre lecturas y escuchas radiofónicas. Le había pasado algo curioso con el gusto por la lectura. En su juventud nunca se interesó demasiado por los libros, y mucho menos como medio de entretenimiento. Solamente en contadas ocasiones agarraba el periódico mientras tomaba su primer café de la mañana, siempre con leche y templado. Pero ahora, desde que el destino y la suerte, o tal vez sus decisiones, se ocuparon del inicio de su relación con la prisión hacía ya varios años; se fue forjando en Pedro el interés por las historias escritas. Se inició con un libro de Cortázar, “Historias de Cronopios y de Famas”; uno de textos cortos, de esos que enganchan. Ahora ya podía decir que había entrado y salido varias veces por capítulos distintos de Rayuela y casi podía hablar de París como si realmente hubiese visitado la ciudad en más de una ocasión. Definitivamente, aunque fuera difícil de creer para algunos, había cosas positivas que agradecer a la estancia en prisión. Ya poco importaba poner todo en la balanza. En apenas unos días, Pedro diría adiós definitivamente a la institución penitenciaria. Sin embargo, muchos otros quedarían ahí. De cualquier modo su situación nada tenía que ver con los presos, más allá del contacto personal que podía llegar a establecer con alguno de ellos. La realidad de Pedro era muy diferente. En pocos días se daría por cumplida su labor como funcionario de prisiones después de muchos años de servicio. No sabía exactamente a que actividad podría dedicar su tiempo siendo jubilado, pero sí tenía clara una cosa. Él había pasado por la prisión y la prisión había pasado por su vida aportándole una experiencia impagable a partir de la cual se habían forjado y reforzado muchos de los grandes valores que habían determinado su vida.

viernes, 24 de septiembre de 2010

Colección de espejos

Aquel hombre inconformista con todo y desprovisto de cautela dedicó su vida a estudiar la luz y aumentar su cosmopolita colección de espejos. Se trataba de una colección variada sin clasificación en relación a tamaños, estilos, formas o calidades. Así, por ejemplo, podíamos encontrar un espejo de bolsillo de los que se usan para retocar el maquillaje o localizar alguna pestaña rebelde que se descolgó de un ojo propio o ajeno… eso nunca se termina de saber en estos casos… También poseía espejos de gran tamaño procedentes en su mayoría de grandes salones olvidados por aquellos que algún día los habitaron, entiéndase, aquellos que habitaban los salones y por extensión, reflexión y reflejo habitaron irremediablemente los espejos.
Como puede comprobarse a tenor de los ejemplos que se exponen, esta colección era extremadamente variada en relación a las características de sus unidades componentes. Sin embargo, existía un orden de catálogo. Todas las unidades estaban clasificadas por su ciudad de procedencia y fechadas con el momento en el que habían sido adquiridas por el primer propietario conocido. De este modo, las etiquetas rotulaban fichas tales como E-Madrid-12/03/1947, E-Roma-23/06/1974, E-Bourges-03/10/1937, E-Lisboa-21/05/1942, E-Tilburg-09/08/1910… Explicar este tipo de rótulos no es demasiado complejo. Ya se ha hablado del sistema de fechas de referencia y del lugar del mundo referido en cada etiqueta… grandes capitales en su mayoría, en conexión directa a las visitas que el señor había realizado a las mismas… Posiblemente a usted le reste conocer el origen de la letra “E” en el sistema de clasificación. Este aspecto se explica porque el señor empezó coleccionando espejos y cristales. Por esta razón a los espejos les correspondía una “E” y a los cristales les correspondía una “C” en sus respectivas fichas. Esto era muy importante si se tiene en cuenta las diferentes formas de comportamiento de la luz en un espejo VS cristal, e igualmente toma una rotunda funcionalidad considerando que absolutamente todas las unidades se guardaban cubiertas por una tela opacamente negra, si me permiten la redundancia del adverbio en este caso. Bastaron unas pocas semanas para que el señor desistiera de la labor de colección de cristales y se terminara especializando en la colección exclusiva de espejos. Los cristales eran más difíciles de conservar en perfectas condiciones y la variedad era considerablemente más amplia, no siendo lo suficientemente importante el volumen que presumiblemente sería capaz de reunir el señor, según su propio criterio. Así que con este antecedente de origen, su colección de espejos fue creciendo. Al principio sólo procuraba aumentarla en unas dos o tres unidades al mes; pero en poco tiempo se vio dominado por un aterrador impulso de dependencia que precisaba saciar a razón de diez o más unidades cada semana. Esto lo fue complicando todo, no solamente por la disponibilidad de espacios en la casa, sino también por la dificultad de encontrar las telas negras con las que cubrir los espejos para su adecuada conservación. Como pueden comprender, la cuestión de las fichas era una preocupación menor.
El señor procedió a comprar acciones en la industria de la fabricación de tejidos. De este modo se aseguraba el suministro de telas negras. Esta decisión fue objeto de discusión, críticas y desencuentros varios con su esposa, que no terminaba de convencerse de la idoneidad de semejante inversión de valores en bolsa. Sin embargo, la señora tuvo que aceptar resignada la iniciativa del señor, ya que éste no le reprochaba que ella se hubiera introducido en el afamado mundo de la colección de ceniceros; y lo que es peor, que hubiese empezado a reunir sospechosamente algunas partes metálicas de los encendedores ya gastados e inservibles.
En cuanto al problema del espacio, el señor decidió reconvertir las habitaciones de la casa en improvisados depósitos; pero con el paso del tiempo, esto no fue suficiente. Optó por resolver el problema del siguiente modo. Decidió vender su automóvil Volkswagen Beetle modelo Type 2 del 50 para invertir el dinero en la adquisición de un pequeño invernadero abandonado, el cuál convirtió en almacén al uso después de varias semanas de trabajo y dedicación casi exclusiva.
El señor envejeció coleccionando espejos. Con el paso de los años fue necesaria la adquisición de los solares aledaños al almacén y el acondicionamiento de los mismos. Era perfectamente consciente de los sacrificios que realizaba pero no le importaba porque se sentía inmensamente feliz paseando por las extensas galerías y echando un vistazo al interior de E-Veracruz-03/09/1967 para escuchar un Mariachi interpretando rancheras de José Alfredo Jiménez y respirar el aroma del pozole seco en los puestos del Boulevard Manuel Ávila Camacho… o asomándose a E-París-17/02/1958 para ver a un joven estudiante de bellas artes que plasma en su lienzo la flamante fachada de Notre Dame vista desde el Petit Ponte… o mirar detenidamente dentro de E-Montevideo-07/11/1980 y observar la huída estrepitosa de un grupo de palomas que picoteaban las viejas aceras de la Avenida Libertador…
Nadie sabe por qué el señor nunca quiso tener un espejo de su propia ciudad de residencia. Tal vez le parecía impropio, paradójico o redundante el poder asomarse a un espejo de estas características y ver lo mismo que veía fuera.
Este señor murió solo. Su esposa lo abandonó pocos días después de mantener una fuerte discusión motivada por la adquisición de un cenicero cuyo fondo era un pequeñísimo y circular espejito sucio y sin brillo. En la demanda de separación alegaron de mutuo acuerdo “diferencias irreconciliables”, paradoja irreparable como pocas.

El único descendiente del matrimonio, un hijo varón, miró siempre con recelo las aficiones tan poco comunes de sus progenitores. Sin embargo decidió conservar el gran almacén, que quedó cerrado durante años. Ahora la preocupación del hijo se centra en que ha sido padre de un niño inquieto y curioso que con apenas dos años y medio ha comenzado a juntar peligrosamente pedacitos de pañal y bolas de sonajeros rotos…

lunes, 13 de septiembre de 2010

Ortografía vital

El señor Redundancia se dirige sutilmente al señor Paradoja y le dice al oído para molestarlo: “sobre gustos no hay nada escrito”… Inmediatamente el señor Paradoja se apresura a buscar lápiz y papel y escribe la frase que el señor Redundancia le ha dicho: “sobre gustos no hay nada escrito”… Así es como el señor Paradoja le roba protagonismo y presencia al señor Redundancia… Pero este último no pierde oportunidad; ya que fiel a su naturaleza vuelve a repetir la frase sutilmente al oído del señor Paradoja… Y es que en todos los círculos, esquinas, comas y demás signos de puntuación del vecindario es sabido que el señor Redundancia nunca se ocupó de contemplar valores de verdad; y de todos modos, al señor Paradoja la dichosa frase ya no le molesta… Así que todos contentos se retiran a sus cuartos esperando escuchar el bostezo pronunciado de la señora Onomatopeya, la risa exagerada del señor Hipérbole y el desordenado caminar que irremediablemente el señor Hipérbaton desarrolla por el viejo pasillo de entrada a la casa… Afortunadamente la señora Sinalefa se ha ocupado de acostar a los hijos que tiene en común con este bebedor compulsivo y bohemio… De este modo; Tmesis, Paréntesis, Anástrofe e Histerología seguirán por algunos años sin conocer la verdad sobre los hábitos nocturnos y poco aconsejables de su desorganizado progenitor.


lunes, 12 de julio de 2010

Acerca del bienestar espontáneo

Hay lugares, rincones, estancias de lo cotidiano que por alguna extraña razón, en repetidas ocasiones que no solemos elegir nosotros, se convierten en retiros del bienestar inusualmente improvisado y espontáneo… Sucede que nos sorprende este extraño acontecer en los momentos menos importantes y sin embargo significativos e imprescindibles de la jornada… Entramos a casa un viernes a las cinco y veinte de la tarde y ese instante ni siquiera nos alcanza al impulso de poder cerrar la puerta… La dejamos ad libitum mientras permanecemos de pie en la entrada, observando el dibujo de la claridad sobre las piezas del suelo; y brindamos en silencio y sin copa… es una celebración interna e íntima acompasada por la tranquilidad con la que el viento se presenta protestando fuera y el sosiego se expande justo en la esquina de la pared donde pedazos de sombra, pelusas irregulares y restos de arena de no sé qué país se acumulan en una inesperada comunión sin dioses ni creencias… A veces se repite la experiencia de manera parecida pero siempre diferente… por ejemplo al poco de levantarnos un sábado por la mañana… o aproximadamente entre las tres y media y las cuatro menos veinte del domingo por la tarde… no siendo importante la cantidad de espejos que haya en la casa… ni el porcentaje de humedad en el aire… Aparece de igual modo un miércoles a las siete y diez de la tarde… Es curioso pero estos momentos tienen una extraña predilección por las segundas partes del día… al menos en mi caso particular… y en el de otros informantes anónimos… Pongamos por caso otro ejemplo altamente referido por individuos de diferente género… Entramos en el traspatio para tender la colada y empezamos a percibirlo tiernamente en el olor de las piezas de ropa recién lavadas… Nada importa la marca de su producto para el lavado ni la cantidad estimada de suavizante. Igualmente he observado que no se establece variable constante en función del tipo de colada; entiéndase, ropa blanca VS ropa negra VS ropa de color. Paradójicamente, uno tiende a pensar que es más significativo el posible y siempre triste hecho de haber transcurrido demasiado tiempo desde la terminación del programa de lavado; perdiéndose por tanto en cierta medida (porcentaje no estimado) la frescura del aroma. De cualquier modo, seguimos con la tarea del tendido de las prendas y nos sentimos extraña e inesperadamente a gusto a pesar de la tediosidad que suele acompañar al simple acto de pensar que hacemos algo porque debemos hacerlo… Ya se sabe… lavar la loza, planchar, hacer la cama, cambiar las sábanas, barrer… tender la ropa… Es un misterio por qué ocurre de este modo. Me refiero lógicamente a que unas veces no pasamos de la sensación primaria de hastío incluso aún sin iniciar la tarea; y en otras ocasiones se desarrolla esta extraña y paradójica experiencia de tranquilidad y bienestar… ese gusto por lo propiamente cotidiano… Considero firmemente la posibilidad de establecer un grupo de investigación con expertos en las diferentes materias y por supuesto con carácter multidisplinar… Entiéndase, personal de administración de hoteles y casas rurales, solteros y solteras con experiencia de soledad constatable de al menos tres años continuados o cinco alternos, amos y amas de casa, viudos y viudas y otras categorías aún por determinar; amén de un grupo de control sin cortes de edad o género formado aleatoriamente por sujetos que estén dispuestos a exponerse masivamente a situaciones de ensayo-error de diversa índole. Por favor, interesados en participar remitan sus datos personales e información de contacto a la siguiente dirección de email: unavezporlamañana@domingosporlatarde.org indicándonos si se ofrece para miembro del grupo de investigación o para sujeto de experimentación. Se les responderá a la mayor brevedad.

Link a textos anteriores

Puedes encontrar textos antiguos de Manuel aquí:
http://textosantiguosdemanuel.blogspot.com