Textos de Manuel
Ingenio, Las Palmas, España.
Manuel Estupiñán Verona nació el 7 de febrero de 1976. Comparte dos pasiones profesionales. Una de ellas es la psicología y otra la producción artística, especialmente en el campo de la música.
miércoles, 4 de diciembre de 2019
La feliz ignorancia
Cinco de octubre
viernes, 8 de noviembre de 2019
La copa del tiempo
Los pensamientos de Pedro
viernes, 24 de septiembre de 2010
Colección de espejos
Como puede comprobarse a tenor de los ejemplos que se exponen, esta colección era extremadamente variada en relación a las características de sus unidades componentes. Sin embargo, existía un orden de catálogo. Todas las unidades estaban clasificadas por su ciudad de procedencia y fechadas con el momento en el que habían sido adquiridas por el primer propietario conocido. De este modo, las etiquetas rotulaban fichas tales como E-Madrid-12/03/1947, E-Roma-23/06/1974, E-Bourges-03/10/1937, E-Lisboa-21/05/1942, E-Tilburg-09/08/1910… Explicar este tipo de rótulos no es demasiado complejo. Ya se ha hablado del sistema de fechas de referencia y del lugar del mundo referido en cada etiqueta… grandes capitales en su mayoría, en conexión directa a las visitas que el señor había realizado a las mismas… Posiblemente a usted le reste conocer el origen de la letra “E” en el sistema de clasificación. Este aspecto se explica porque el señor empezó coleccionando espejos y cristales. Por esta razón a los espejos les correspondía una “E” y a los cristales les correspondía una “C” en sus respectivas fichas. Esto era muy importante si se tiene en cuenta las diferentes formas de comportamiento de la luz en un espejo VS cristal, e igualmente toma una rotunda funcionalidad considerando que absolutamente todas las unidades se guardaban cubiertas por una tela opacamente negra, si me permiten la redundancia del adverbio en este caso. Bastaron unas pocas semanas para que el señor desistiera de la labor de colección de cristales y se terminara especializando en la colección exclusiva de espejos. Los cristales eran más difíciles de conservar en perfectas condiciones y la variedad era considerablemente más amplia, no siendo lo suficientemente importante el volumen que presumiblemente sería capaz de reunir el señor, según su propio criterio. Así que con este antecedente de origen, su colección de espejos fue creciendo. Al principio sólo procuraba aumentarla en unas dos o tres unidades al mes; pero en poco tiempo se vio dominado por un aterrador impulso de dependencia que precisaba saciar a razón de diez o más unidades cada semana. Esto lo fue complicando todo, no solamente por la disponibilidad de espacios en la casa, sino también por la dificultad de encontrar las telas negras con las que cubrir los espejos para su adecuada conservación. Como pueden comprender, la cuestión de las fichas era una preocupación menor.
El señor procedió a comprar acciones en la industria de la fabricación de tejidos. De este modo se aseguraba el suministro de telas negras. Esta decisión fue objeto de discusión, críticas y desencuentros varios con su esposa, que no terminaba de convencerse de la idoneidad de semejante inversión de valores en bolsa. Sin embargo, la señora tuvo que aceptar resignada la iniciativa del señor, ya que éste no le reprochaba que ella se hubiera introducido en el afamado mundo de la colección de ceniceros; y lo que es peor, que hubiese empezado a reunir sospechosamente algunas partes metálicas de los encendedores ya gastados e inservibles.
En cuanto al problema del espacio, el señor decidió reconvertir las habitaciones de la casa en improvisados depósitos; pero con el paso del tiempo, esto no fue suficiente. Optó por resolver el problema del siguiente modo. Decidió vender su automóvil Volkswagen Beetle modelo Type 2 del 50 para invertir el dinero en la adquisición de un pequeño invernadero abandonado, el cuál convirtió en almacén al uso después de varias semanas de trabajo y dedicación casi exclusiva.
El señor envejeció coleccionando espejos. Con el paso de los años fue necesaria la adquisición de los solares aledaños al almacén y el acondicionamiento de los mismos. Era perfectamente consciente de los sacrificios que realizaba pero no le importaba porque se sentía inmensamente feliz paseando por las extensas galerías y echando un vistazo al interior de E-Veracruz-03/09/1967 para escuchar un Mariachi interpretando rancheras de José Alfredo Jiménez y respirar el aroma del pozole seco en los puestos del Boulevard Manuel Ávila Camacho… o asomándose a E-París-17/02/1958 para ver a un joven estudiante de bellas artes que plasma en su lienzo la flamante fachada de Notre Dame vista desde el Petit Ponte… o mirar detenidamente dentro de E-Montevideo-07/11/1980 y observar la huída estrepitosa de un grupo de palomas que picoteaban las viejas aceras de la Avenida Libertador…
Nadie sabe por qué el señor nunca quiso tener un espejo de su propia ciudad de residencia. Tal vez le parecía impropio, paradójico o redundante el poder asomarse a un espejo de estas características y ver lo mismo que veía fuera.
Este señor murió solo. Su esposa lo abandonó pocos días después de mantener una fuerte discusión motivada por la adquisición de un cenicero cuyo fondo era un pequeñísimo y circular espejito sucio y sin brillo. En la demanda de separación alegaron de mutuo acuerdo “diferencias irreconciliables”, paradoja irreparable como pocas.
El único descendiente del matrimonio, un hijo varón, miró siempre con recelo las aficiones tan poco comunes de sus progenitores. Sin embargo decidió conservar el gran almacén, que quedó cerrado durante años. Ahora la preocupación del hijo se centra en que ha sido padre de un niño inquieto y curioso que con apenas dos años y medio ha comenzado a juntar peligrosamente pedacitos de pañal y bolas de sonajeros rotos…
lunes, 13 de septiembre de 2010
Ortografía vital
El señor Redundancia se dirige sutilmente al señor Paradoja y le dice al oído para molestarlo: “sobre gustos no hay nada escrito”… Inmediatamente el señor Paradoja se apresura a buscar lápiz y papel y escribe la frase que el señor Redundancia le ha dicho: “sobre gustos no hay nada escrito”… Así es como el señor Paradoja le roba protagonismo y presencia al señor Redundancia… Pero este último no pierde oportunidad; ya que fiel a su naturaleza vuelve a repetir la frase sutilmente al oído del señor Paradoja… Y es que en todos los círculos, esquinas, comas y demás signos de puntuación del vecindario es sabido que el señor Redundancia nunca se ocupó de contemplar valores de verdad; y de todos modos, al señor Paradoja la dichosa frase ya no le molesta… Así que todos contentos se retiran a sus cuartos esperando escuchar el bostezo pronunciado de la señora Onomatopeya, la risa exagerada del señor Hipérbole y el desordenado caminar que irremediablemente el señor Hipérbaton desarrolla por el viejo pasillo de entrada a la casa… Afortunadamente la señora Sinalefa se ha ocupado de acostar a los hijos que tiene en común con este bebedor compulsivo y bohemio… De este modo; Tmesis, Paréntesis, Anástrofe e Histerología seguirán por algunos años sin conocer la verdad sobre los hábitos nocturnos y poco aconsejables de su desorganizado progenitor.